lunes, 21 de enero de 2013

Servilismo, barbarie y estupidización colectiva (Antonio Vargas)


Queridos amiguitos: en este mundo cabrón el paro, el hambre, la pobreza, la miseria moral, todo... se soluciona con las tres supergrágeas del tertuliano metido a ministro: Matemáticas, Lengua e Inglés. Veámoslo.

Cuando por aquí abajo, al calor del Mediterráneo, la gente estaba aburrida de ver ciudades, templos, acueductos, gimnasios, palestras, termas, teatros, foros, pórticos, ágoras, basílicas, bibliotecas, faros, calzadas interminables... en las cavernas del frío Norte la piel de reno comenzaba a desplazar poco a poco al incómodo uro en la confección de taparrabos unisex. ¡Todo un avance! que en la refinada lengua de aquellos pueblos indómitos del Septentrión se expresaba en términos muy parecidos a estos: “¡urg! güi mach progres”, cuya traducción aproximada viene a ser “¡urg! nosotros haber avanzado mucho”. De inteligentes es, pues, con la suficiente perspectiva que dan más de dos mil años de historia, rectificar: adoremos su lengua, imitemos los usos y costumbres, los modos y maneras de los descendientes de tan aguerridos pioneros, y enterremos para siempre los ecos del recuerdo de la ancestral incultura meridional: ¡a la hoguera con arquitectos, ingenieros, médicos, botánicos, astrónomos, músicos, geómetras, geógrafos, filósofos, rétores, jurisconsultos, poetas y filólogos clásicos!

Pero dejemos a un lado a los bárbaros y su bárbaro lenguaje y centrémonos en un instrumento de comunicación harto menos sofisticado cual es la lengua de aquí. Ante todo y sobre todo conviene dejar sentado y bien sentado que la lengua es un instrumento que sirve primordialmente para comunicarse; primordialmente, porque, aun concediendo que hoy en día la comunicación se ejerce casi en exclusiva de superior a inferior, en ésta, la comunicación, sigue consistiendo la razón de ser de la lengua. ¡Qué uso estético ni que ocho cuartos! ¡al cuerno con la literatura! Aquí no tenemos tiempo para “letras bellas”. Bastante hacemos ya, que nos ocupamos de la ortografía, la fonética y la fonología, la morfología, la sintaxis, la semántica, la pragmática, la semiótica, la prosodia (bueno, la prosodia no), la etimología... como para que, encima, tengamos que hacerle un hueco al teatro, a la novela, a la épica, a la lírica, a la oratoria… a la Retórica y a la Poética. ¡Aristóteles no, gracias!

Nos queda, en fin, la que podríamos considerar la panacea de todas las panaceas. Hablemos de las mates y sus especies. De las que no nacieron ayer, aritmética y geometría (logaritmos, trigonometría, ecuaciones y demás), claro que contamos con ellas; en cuanto a música y astronomía, la primera ahí está, aunque sea en plan testimonial; perdido su valor formativo, siempre podremos echar mano de ella (como dicen de un tal Horpheo) para amansar a la plebe, que anda un tanto indignada; y lo que pasa con el álgebra estelar es que, simplemente, en los niveles académicos en que nos manejamos nosotros no cabe. Como no cabe el cálculo infinitesimal, las derivadas etc. (la matemática pura y dura, vamos) como no sea en las etapas postobligatorias (y no en todas, claro). Para eso, en su día, los técnicos en psicopedagogía, de los que enseguida hablaremos, parieron (digo engendraron) las matemáticas de primera y de segunda.

O sea, y resumiendo: a partir de ahora, el discente que naufrague en cualquiera de las tres “supermaterias” puede considerarse un desecho, un inútil, y va a enfrentarse a un negro futuro. Que sea un lumbreras en alguna (o varias) de las restantes materias (griego, física, latín, química, biología, geología, dibujo, literatura, música, francés, filosofía, historia, geografía, economía...): ni aun así podrá librarse de su destino. Pero tranquilos, para ayudar a suavizar el trauma del fracaso escolar tenemos previsto potenciar aún más el papel de los gabinetes psicopedagógicos en los centros educativos. Allí, en la más estricta intimidad, encontrará el alumnado abocado al abismo consuelo personalizado para sus frustraciones; allí, al abrigo de oídos indiscretos, podrá despacharse a su gusto contra los docentes encargados de impartir aquéllas o cualesquiera otras asignaturas, en la seguridad de que el dueño del garito (digo gabinete), pseudoespecialista en nada, pero aspirante a controlarlo todo (incluida la selección de personal), sabrá manejar adecuadamente esta privilegiada información.

Entretanto, desde dentro, por la espalda, silencioso, el gusano confesional sigue carcomiendo los cimientos de la Escuela.


Artículo de Antonio Vargas Heredia publicado en 
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