jueves, 27 de julio de 2017

"Vivimos ahora" (Manuel Menor)

Publicamos este artículo que nos envía nuestro compañero Manuel Menor Currás

¿Cuántos personajes hay en la vida pública que actúan como los de novela negra?

Como si el dinero público fuera ilimitado o la estética no tuviera que ver  con la ética, ambiciones de poder pervierten la convivencia y enriquecen las demostraciones de estulticia.

Vivimos ahora, cuando la sospecha sobrevuela una iniciativa cultural de gran alcance como ha sido la de “Las edades del hombre”. La fundación homónima  se habría hecho un lío con las subvenciones y posibles argucias en la contabilidad pertinente. Hay inercias burocráticas, muy de competitivo criterio emprendedor y amoral, que pueden enlodar una trayectoria que lleva ya veintidós ediciones expositivas de arte sacro castellano. Más contundente ha sido la trayectoria de Blesa, finado en estos días de manera abrupta, después de un historial de ascenso y descenso precipitados entre halagos del poder. Con él se ha ido un símbolo de actitudes, maneras y desafueros de barra libre que una élite de selectos aznáridos pretendió pasar por nueva economía, listeza política y  estratégica manera de dar envidia al resto de los mortales. Sic transit gloria mundi, podría haber pintado Valdés Leal en una “vanitas” barroca. No nos liberaría, sin embargo, de ese hablar completamente inseguro de quienes hablan sin saber y con la pretensión de dar a entender que saben. Añádase que Rajoy declarará en la Audiencia Nacional el próximo día 26 por el “Caso Gürtel”.  Y sólo cabe preguntarse por qué hay tanta gente en la vida pública que se comporta como en una novela negra.

Vivimos ahora, cuando  las maneras críticas de Gregorio Morán,  que suele escribir “sabatinas” en La Vanguardia, ha sido censurado. Su artículo último no le ha sido publicado por miedo a represalia política en el mundillo  catalán. Publicado enen otros medios, muestra cómo la información no es lo que debe ser cuando la mueve más la apariencia que la explicación de la realidad . No es la primera ni la segunda vez que le sucede algo similar a este periodista asturiano. Lo casi último había tenido lugar con su libro El cura y los mandarines, que iba a ser editado por Planeta y acabó siendo publicado por Akal. Esta historia, desabrida con muchos de los personajes y personajillos de  la transición cultural acaecida entre 1962 y 1996, era demasiado no oficial para que los directivos de la Real Academia de la Lengua no hicieran peligrar los negocios de Lara  con esta entidad. Así crece el erial de la ignorancia, mientras la estupidez humana se alegra sin remedio.

Y también vivimos –ahora- cuando lo que nos ha hecho disfrutar la Selección Española de Fútbol se está enlodando con cuanto a su vera hizo crecer el afán acumulativo de los Villar y asociados. Una historia esta que sólo acaba de empezar y que, a lo que se ve, promete episodios para comprender cómo hasta el balompié, fútbol o juego principal de nuestra infancia esconde en su existencia real mucho más de lo que como espectáculo se ve en las pantallas. Este iceberg a punto de deshacerse al calor del Tribunal de Cuentas, además de ponernos en la pista de los valores que se ventilan en este ritual de la pasividad dominguera -en las dimensiones que ya aventó Manuel Mandianes en El fútbol (no) es así (Sotelo Blanco, 2015)-, podría llevar a que este Tribunal ejerciera de continuo una prestigiosa labor de limpieza en otras latitudes, instituciones y estructuras societarias en que el dinero público se gasta con excesiva complacencia licenciosa y sin control. Para ello fue instituido, ¿no?

Vivimos y paseamos –y no desde ahora- por una España “llena” que cada vez se distancia más no sólo de la España pobre sino, además, de La España vacía a que ha dedicado atención Sergio del Molino. El contraste entre el crecimiento urbano y la disminución del poblamiento en zonas rurales va en aumento. Con una aceleración tal que los indicadores demográficos naturales de nacimientos y muertes se muestran negativos, y las densidades de población tienden a disminuir en las zonas que han venido protagonizando el éxodo rural desde la segunda mitad de los años cincuenta. El resultado es que la desertización humana de amplias zonas del interior peninsular –también en Galicia- no para y que cada vez son más quienes desisten del arado y del arraigo continuado en estas áreas. Ya no es fácil reclutar funcionarios o profesores que se asienten en ellas: todos quieren vivir en la ciudad; las escuelas cerradas crecen y adelantan la muerte de los pueblos. En muchos casos, incluso los agricultores tampoco viven ya en el espacio rural del que nutren sus economías, como asegura Sergio, el autor de este muy recomendable libro para lectores desconfiados de lo que no suele contarse.

Vivimos, que no es poco, cuando personas a las que más debemos por su complicidad, saber e ironía en el mirar, se nos han ido o se están yendo ahora mismo. Cuando se han marchado cuesta hacerse a la idea de que estaban aquí hace nada, a nuestro lado. La mejor honra a su memoria va a ser no darnos por derrotados en la construcción de un mundo vivible, más justo y fraternal en la libertad, como quería Lars Gustafsson, el de Muerte de un apicultor: ”Empezamos de nuevo. No nos rendimos”. Y si en algún momento se nos hace cuesta arriba la tarea, deseable es poder volver la vista atrás desde algún recodo del camino con humorado amor por lo compartido.



Manuel Menor Currás

Madrid, 23.07.2017

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